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Enseñanzas

Es sólo después de una prolongada evolución de consciencia, a través de distintas formas de vida, que podemos volvernos conscientes de nosotros mismos. Esta consciencia ocurre en la vida humana. Por lo tanto, la vida humana es la oportunidad de conocerse a uno mismo, de ser consciente de la medida de nuestra existencia. En la evolución de la consciencia, la vida humana representa el momento en que la naturaleza despierta ante el hecho de que tiene un alma.

El anhelo natural del alma es buscar su verdadera naturaleza. En nuestra búsqueda, debemos trascender el sentido contraído del ser que se centra en nuestro cuerpo material y la mente, e ir más allá del egoísmo que está ligado inevitablemente a esta identificación errónea con la materia. Entonces encontraremos un sentido expandido del ser, que surge del sacrificio de nuestro ser inferior (nuestro yo autoindulgente) en búsqueda del amor. Habiendo renunciado a lo que no es amor, encontramos nuestro ser auténtico.

Sin embargo, no hemos completado nuestra búsqueda. Amar o dar incondicionalmente requiere a alguien que pueda aceptar amor sin reservas. No podemos dar amor sin límites a alguien limitado en términos de cuánto amor puede aceptar. Entonces, ¿Cuál es el objeto perfecto de amor? No puede ser nada que se encuentre en el mundo natural, donde los objetos de amor están aquí hoy, pero mañana no. Ni puede ser a una unidad individual de consciencia, especialmente aquellas propensas a la condición de identificarse erróneamente con la materia. El objeto perfecto de amor debe, al igual que su amante, ser constituidos similarmente en consciencia, pero sin ser propensos a la utilización material.

Aunque Dios es el depósito de consciencia, Dios puede aceptar amor ilimitado, y como la raíz de la existencia material y espiritual, la satisfacción de Dios nutre a la existencia entera. El amor de Dios es típicamente reverencial, sin embargo, este tipo de amor no es el único. El amor reverencial tampoco es necesariamente la forma más completa de amor, que puede ser evaluada en términos de la intimidad que brinda a su amante y amado, la cercanía y el sentido de identidad que otorga al uno con el otro. Así, nuestra búsqueda del objeto de amor perfecto nos lleva a algún lugar más allá de Dios, o más allá de la noción común de Dios. Nos lleva a un conocedor del amor capaz de abarcar todas las formas de amor, no sólo el amor pasivo, reverencial y la servidumbre, sino también el amor fraternal, familiar e íntimo.

Aquí aparece Sri Caitanya para mostrarnos la dirección correcta. Señala a Krishna, el objeto perfecto del amor, a quien sus devotos adoran como amigo, hijo o amante. La distinción entre nosotros y Dios –la distancia entre los dos en el autosacrificio– se rompe en el auto-abandono de amor trascendental que ejemplificó Sri Caitanya, un amor dotado de la intensidad con la que una amante ama a su amado.

De la misma forma en que amigos y familiares se olvidan de sí mismos en la amorosa compañía de unos con otros, cuando el amor perfecto es realizado, se produce el olvido de uno mismo. Krishna es Dios en olvido de sí mismo bajo la influencia del amor de sus devotos. Tal amor se sitúa en ese plano donde el alma finita y el infinito se encuentran en una intimidad que adquiere una apariencia finita para facilitar la intimidad. Allí el Absoluto aparece como Krishna, el pastor de vacas y conocedor del amor.

Sri Caitanya enseña que este plano de existencia trascendental es alcanzable en nuestra presente forma de vida humana. Sólo necesitamos combinar la vida humana con asociación santa y en esa asociación, aprender el arte de amar a Krishna. Aquel amor por Krishna está desprovisto de motivaciones materiales y es ininterrumpido, incluso por el subproducto de la iluminación. Esto es traducido en los términos de Krishna y su expresión primaria—siendo tanto práctica espiritual como perfección espiritual—en la recitación del santo nombre de Sri Krishna.